lunes, noviembre 26, 2007

Morreu o conto

El chiringuito de playa en el que me citó estaba desierto a esas horas. Entré empujando la puerta de cristal y sobresaltando al gato que dormía plácidamente tumbado en la alfombra de la entrada, al otro lado. Me dirigí directamente a la barra y pedí un café. El camarero que me atendió era joven, no debía pasar de los veinte, y enseguida se apresuró a ofrecerme fuego cuando me vio rebuscar en el bolso. Bebí el café lentamente, a breves y distanciados sorbos, y al acabarlo comprobé la hora, antes de pedir otro; pasaban treinta minutos de las tres. Para no variar llegaba tarde.
Tres cafés y ciento noventa minutos necesité para comprender que no vendría.
Un poco revolucionada, no sólo por el exceso de cafeína en mi cuerpo, pagué la cuenta y me fui del local. Caminé hasta la arena, me senté y la llamé. No hubo respuesta. Insistí tres veces más, pero obtuve en todas y cada una de ellas el mismo resultado. Estuve unos cuantos minutos más sentada. Apenas había media docena de personas en la playa. Cuando empecé a sentir frío me levanté, y me dirigí a la orilla, cogí el móvil en mi mano derecha, y blandamente lo tiré al agua. Una chica que paseaba con su perro se me acercó:
- ¿Qué haces? ¿No ves que contamina?
Y en un abrir y cerrar de ojos se descalzó a mi lado, se remangó los pantalones hasta la rodilla y entró en el agua. Tanteó el fondo con los pies durante unos segundos, hasta que pareció encontrar mi teléfono, entonces se remangó también el jersey hasta el codo, e introduciendo el brazo en el agua pescó el aparato. Con él en la mano se dirigió a mí:
- Toma
Recogió las deportivas de la orilla y se marchó.
Yo también me marché de la playa, con el móvil mojado y lleno de arena en la mano. Al llegar al aparcamiento lo tiré en la primera papelera que encontré.

lunes, noviembre 05, 2007

Querida Lola III (y final?)

Me cuesta hacer el cálculo de cuántos meses ha estado esta carta entre mis papeles, inconclusa, parcialmente olvidada.
Y en realidad no me resultó extraño comprobar que, una vez invocada, no haya podido escribir una palabra más sobre ti… hasta hoy. Hoy que te he vuelto a ver.
Creo que eras la última persona que esperaba encontrar en una exposición de fotografía… Todo iba tan bien. Llevaba casi cuatro meses en esta minúscula ciudad sin coincidir contigo, incluso llegué a pensar que te habías ido. Pero no. Allí estabas, agarrada al brazo de una ¿amiga? te acercabas y alejabas a las imágenes. Yo ya te había visto cuando me descubriste y viniste a saludarme. Dos besos, y tu mano apretando mi hombro al dármelos. Algo en mi interior se rompió. Cuánto tiempo sin verte!, cómo estás?, qué tal por Holanda?, te ha crecido un montón el pelo!, sigues teniendo el mismo número de teléfono?, cuando nos tomamos algo? así me cuentas… Tu voz sonaba lejana. Sonreías. Sí, tengo el mismo número. Es lo único que pude articular antes de que con la promesa de una llamada pronto te alejaras. Después me estuviste viendo de refilón, podía notar tu mirada, aunque no me atreviese a levantar la vista de las fotografías, temiendo encontrármela. Antes de marcharte volviste a acercarte, y mientras me decías casi en un susurro “hasta pronto”, me acariciaste disimuladamente la espalda.

Y ahora qué hago yo?! He llegado a pensar en cambiarme de número de teléfono. Aunque sé que no tiene sentido, tarde o temprano volveríamos a encontrarnos. Y además, por otra parte, tengo tantas ganas de volver a verte…

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