La chica del autobús
Hoy se ha retrasado unos minutos, quién sabe, quizá se haya entretenido hablando con alguna compañera a la salida del trabajo. Aún así viene con paso tranquilo, parándose con cara soñadora ante los escaparates de las boutiques más exclusivas. Imaginando su cuerpo embutido en alguno de aquellos modelitos . Y ya puestas a imaginar, viendo con agrado cómo el espejo de los probadores le devuelve, cómplice, su imagen con unos cuántos quilos menos y un nuevo corte de pelo. Así sí que la querría. Así sí que nunca se hubiese ido. Pero ahora no tiene ni dinero para gastarse en un “capricho” como lo es ir a la peluquería, ni fuerza de voluntad como para iniciar una nueva dieta.
Al llegar ha pasado delante de mí y se ha situado a mi izquierda, apoyándose ligeramente en un lateral de la marquesina. Hoy está triste. Tiene la mirada fija en el fondo de la calle, por donde debe llegar su autobús. Aunque en realidad no es ahí hacia donde mira, yo creo que se está mirando a sí misma, compadeciéndose, sintiendo lástima por lo que pudo ser y no fue, por el proyecto de vida que fue olvidando con el devenir de los días.
La miro durante un instante, de forma inconsciente mis ojos se posan sobre la sombra en que se ha convertido. Ella me devuelve una mirada despectiva. Con una sonrisa en los labios le ofrezco un sitio junto a mí, ella gira la cabeza con indiferencia hacia el otro lado y me responde con un seco “No, gracias”.
La tarde se le ha vuelto color gris y en la niebla de sus ojos aparece él, siempre él. Él, que la mira con desprecio, él, que ya no la toca, él, que la rehuye, él, que ha dejado de quererla. Él y su silencio. El silencio y siempre él, que ya no está, que ahora es un desconocido.
Al llegar ha pasado delante de mí y se ha situado a mi izquierda, apoyándose ligeramente en un lateral de la marquesina. Hoy está triste. Tiene la mirada fija en el fondo de la calle, por donde debe llegar su autobús. Aunque en realidad no es ahí hacia donde mira, yo creo que se está mirando a sí misma, compadeciéndose, sintiendo lástima por lo que pudo ser y no fue, por el proyecto de vida que fue olvidando con el devenir de los días.
La miro durante un instante, de forma inconsciente mis ojos se posan sobre la sombra en que se ha convertido. Ella me devuelve una mirada despectiva. Con una sonrisa en los labios le ofrezco un sitio junto a mí, ella gira la cabeza con indiferencia hacia el otro lado y me responde con un seco “No, gracias”.
La tarde se le ha vuelto color gris y en la niebla de sus ojos aparece él, siempre él. Él, que la mira con desprecio, él, que ya no la toca, él, que la rehuye, él, que ha dejado de quererla. Él y su silencio. El silencio y siempre él, que ya no está, que ahora es un desconocido.
3 Comments:
Pues si ahora se ha convertido en un desconocido que aproveche y empiece a conocer a más gente.
Muy bonito Kansspel, me gustan mucho tus relatos, los echaba de menos.
Muy bonito el relato, y estoy con canija, que la protagonista dle relato espabile, conozca gente, encuentre una buena chica y viva la vida feliz ¿no? Es que aún me debe durar la resaca navideña, lo siento.
Kanspeel... cuándo explicas las situaciones así... ¿qué más se puede decir? Nada, sólo mandarte un beso.
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