lunes, mayo 28, 2007

Querida Lola (II)

Cuando en medio de alguna situación cotidiana emergía súbitamente tu recuerdo desde mi pecho se bombeaban cantidades excesivas de una sangre contaminada, enferma de ira, que regaba cada parte de mi cuerpo, dando de beber a la recién plantada semilla del rencor. No parecía que la cosa fuese a mejorar, y sin embargo, una tarde-noche cualquiera, mi desfachatez e indiscreción me permitieron conocer a una mujer que hizo que todo cambiara. Como una especie de diosa vino a monopolizar mi pensamiento y tú desapareciste, te borraste de mi cerebro.
Después de mucho tiempo, volvía a amanecer cada día, borracha de ilusión, y con los ojos cerrados me tiré a la piscina, sin nisiquiera comprobar el nivel de agua. Me gustaba tanto...
Pero mi pequeño paraíso, sin que yo lo supiese, tenía naturaleza de pompa de jabón, y un buen día cuando por mi cabeza incluso se pasaban ideas de esas jamás concebidas y de las que siempre he huído (comúnmente conocidas como planes), llegó la noticia, y con ella mi pequeño paraíso explosionó. La chica de la que me había enamorado, la chica de la ventana (como me gustaba llamarla) tenía novio.
No me lo podía creer, llevábamos más de dos meses tonteando y no me había dicho nada. Y esa maldita tarde, mientras entre sus labios se escapaba la confesión, me pregunté si habría visto cosas que no eran, estúpidos fantasmas.
Recibí impactada sus palabras, e intenté sostener su mirada para que me aclarara, pero ella no me lo permitió y enseguida bajó la vista. Después de eso decidí marcharme de su casa, no sin antes pedirle que por favor durante una buena temporada ni me llamara ni me buscara.
En el trayecto de su casa a la mía apareciste tú, tan nítida..., y paré unos minutos a fumarme un cigarro sentada en el borde de un canal, y a masticar en silencio algunas de tus palabras que no había conseguido exiliar de mi memoria : "te quiero como no he querido a nadie, pero es que a él también le quiero". Y tras fumarme otro cigarro, y otro, y otro, vencí la indomable necesidad que me había entrado de llamarte.

viernes, mayo 25, 2007

Querida Lola (I)

Querida Lola:

Ocurrió exactamente después de que se desplegase el tren de aterrizaje, cuando las ruedas del avión por fin tocaron suelo holandés, suelo de Schiphol. Tras acercar mi nariz al cristal de la ventana y comprobar que el paisaje que rodea los aeropuertos es en todos los lugares muy parecido, me recosté en mi asiento, cerré los ojos y mentalmente inicié una marcha atrás de diez segundos…nueve…ocho…siete…seis…cinco…cuatro…tres…dos…uno… ¡Bienvenida! Y me imaginé mi futuro como sabes me gusta hacerlo, como una enorme tarta de chocolate a la que le estaba pegando el primer bocado.
Atrás quedaban tu voz, el lunar que habita el espacio entre tu ojo y tu pómulo izquierdos, la curva de tu nuca en la que tantas veces he hundido mi nariz… atrás quedabas tú, y contigo prácticamente todo aquello que creí pudiese traerme algún recuerdo de lo nuestro.


Te mentiría si te dijese que desde el primer día todo fue bueno. A menudo el fantasma de tu tacto sobre mi piel vino a coquetear con mi soledad. Y durante varias noches me sorprendí evocando tu imagen, aspirando el humo de los cigarros de la marca que tú fumas, escuchando las canciones que más te gustan.
Sin embargo, una madrugada, cuando había decidido salir a buscarte en otro cuerpo, no te encontré. Quien sí estaba aguardándome en el umbral del primer bar era el animal nocturno que cuando me conociste solía ser, y al tiempo que cuerpos desconocidos calentaban mis sábanas yo me lamía las cicatrices que tu doble juego había provocado sobre mi seguridad y mi autoestima. No tardé demasiado en recuperar mi fortaleza y recordar cómo se camina con la cabeza bien alta. Y mientras mi ánimo y mi humor mejoraban los sentimientos hacia ti se debilitaban, o por lo menos cambiaban de cara: de la añoranza y la nostalgia, al desprecio y la rabia.

...

viernes, mayo 18, 2007

Recaídas

Hoy hace exactamente un mes que mi voluntad se resquebrajó. La piel de mi cuerpo se tensó, como si fuese el continente de una carga excesiva, y finalmente de pies a cabeza se abrió una grieta, demasiado profunda para ser ignorada, demasiado leve como para sumirme en una nueva etapa. La chica de la ventana volvía a mi vida para alojarse en esa parte de mi pecho que tengo reservada para las relaciones sexuales, o por lo menos, eso es lo que me empeñé en creer…
Las dos semanas anteriores a esa fecha se habían caracterizado por el espíritu huidizo que impregnaba cada uno de mis días. Los trayectos cotidianos se habían vuelto disparatados, cuando para evitar a toda costa pasar por su barrio recorría si era necesario algún kilómetro de más. Mi vida nocturna sufrió una amarga y múltiple mutilación, a la que únicamente sobrevivió el bar del final de mi calle, donde las horas se hacían tan pesadas como las gotas de aire condensado que ensuciaban el techo y esporádicamente caían, frías, sobre mi cabeza. Mi teléfono móvil se vio relegado a ocupar el cajón de mi mesilla en modo off tras la avalancha de llamadas perdidas de los primeros días, y sólo por la noche durante algunos minutos era resucitado para informarme inquieto, vibrante, del número de intentos que desde su número había realizado para contactar conmigo.
Y sin embargo, un día cuando volvía de la compra, convencida de que lo tenía todo controlado, me la encontré sentada en la acera, frente a la puerta de mi casa. Al verme se incorporó de un salto, y caminando hacia mí me saludó:
- Hola, ¿te echo una mano?
- Hola, no, no hace falta.
- Vale… ¿cómo estás? –preguntó retrocediendo levemente sobre sus pasos, dejándome el paso libre hacia la puerta.
- ¿Qué estás haciendo aquí?
- Tenemos que hablar Kansspel, no se puede desaparecer así de la vida de una persona.
- ¿Por qué no? –respondí gallita al tiempo que introducía la llave en la cerradura y la hacía girar.
- Joder Kanss, no seas así – y mientras lo dijo una de sus manos agarró mi antebrazo con una suavidad que por algunos segundos me trasladó a la noche en que nos conocimos. Sentí una intensa punzada nostálgica en mi nuca, y giré mi cabeza para encontrarme con su rostro, desde donde unos inquietos y tambaleantes ojos lanzaban una mirada que rozaba la súplica.- Déjame entrar, necesito hablar contigo. Por favor, déjame entrar –y apoyó su hombro izquierdo en el quicio de la puerta, sin retirar aquella mirada de mis ojos.
- Está bien, pasa, ya conoces el camino – y abrí la puerta de casa, y le señalé el pasillo. Encaminó sus pasos delante de los míos, e impuso un ritmo lento, dubitativo, hasta la cocina. En cuanto dejé las bolsas sobre la mesa y me giré hacia ella se abalanzó sobre mi cuerpo, rodeando mi cuello con sus brazos, apretándose contra mí, mientras me susurraba al oído:
-Tú me importas…Tú me importas…No me hagas esto. Tú me importas.

lunes, mayo 14, 2007

De madrugada

No me gusta despertarme a medianoche y que vengan a mi mente imágenes de antiguas amantes. Pero cuando ocurre me dejo llevar.
Mi piel recupera el tacto de caricias añejas, y en mis oídos reviven los ecos de algunas voces perdidas el la oscuridad de mi cabeza. La ensoñación no tarda tiempo en dejar sus efectos en mi entrepierna, e irremediablemente la dulzura deja paso a la necesidad, a la pasión. Casi de forma sistemática me bajo las bragas, conduzco una de mis manos a mi coño, la otra a mis pechos, y me masturbo. En cuanto me corro no tardo demasiado en quedarme dormida, en muchas ocasiones ni siquiera me subo las bragas, y se quedan toda la noche ejerciendo de esposas de tela, en mis tobillos.
Los amaneceres que siguen a estas noches suelen ser deprimentes. La nostalgia pinta mis retinas con brochazos de color carbón y ni la voz de la chica de la ventana al otro lado de la línea telefónica puede hacer nada.

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