Querida Lola (II)
Cuando en medio de alguna situación cotidiana emergía súbitamente tu recuerdo desde mi pecho se bombeaban cantidades excesivas de una sangre contaminada, enferma de ira, que regaba cada parte de mi cuerpo, dando de beber a la recién plantada semilla del rencor. No parecía que la cosa fuese a mejorar, y sin embargo, una tarde-noche cualquiera, mi desfachatez e indiscreción me permitieron conocer a una mujer que hizo que todo cambiara. Como una especie de diosa vino a monopolizar mi pensamiento y tú desapareciste, te borraste de mi cerebro.
Después de mucho tiempo, volvía a amanecer cada día, borracha de ilusión, y con los ojos cerrados me tiré a la piscina, sin nisiquiera comprobar el nivel de agua. Me gustaba tanto...
Pero mi pequeño paraíso, sin que yo lo supiese, tenía naturaleza de pompa de jabón, y un buen día cuando por mi cabeza incluso se pasaban ideas de esas jamás concebidas y de las que siempre he huído (comúnmente conocidas como planes), llegó la noticia, y con ella mi pequeño paraíso explosionó. La chica de la que me había enamorado, la chica de la ventana (como me gustaba llamarla) tenía novio.
No me lo podía creer, llevábamos más de dos meses tonteando y no me había dicho nada. Y esa maldita tarde, mientras entre sus labios se escapaba la confesión, me pregunté si habría visto cosas que no eran, estúpidos fantasmas.
Recibí impactada sus palabras, e intenté sostener su mirada para que me aclarara, pero ella no me lo permitió y enseguida bajó la vista. Después de eso decidí marcharme de su casa, no sin antes pedirle que por favor durante una buena temporada ni me llamara ni me buscara.
En el trayecto de su casa a la mía apareciste tú, tan nítida..., y paré unos minutos a fumarme un cigarro sentada en el borde de un canal, y a masticar en silencio algunas de tus palabras que no había conseguido exiliar de mi memoria : "te quiero como no he querido a nadie, pero es que a él también le quiero". Y tras fumarme otro cigarro, y otro, y otro, vencí la indomable necesidad que me había entrado de llamarte.
Después de mucho tiempo, volvía a amanecer cada día, borracha de ilusión, y con los ojos cerrados me tiré a la piscina, sin nisiquiera comprobar el nivel de agua. Me gustaba tanto...
Pero mi pequeño paraíso, sin que yo lo supiese, tenía naturaleza de pompa de jabón, y un buen día cuando por mi cabeza incluso se pasaban ideas de esas jamás concebidas y de las que siempre he huído (comúnmente conocidas como planes), llegó la noticia, y con ella mi pequeño paraíso explosionó. La chica de la que me había enamorado, la chica de la ventana (como me gustaba llamarla) tenía novio.
No me lo podía creer, llevábamos más de dos meses tonteando y no me había dicho nada. Y esa maldita tarde, mientras entre sus labios se escapaba la confesión, me pregunté si habría visto cosas que no eran, estúpidos fantasmas.
Recibí impactada sus palabras, e intenté sostener su mirada para que me aclarara, pero ella no me lo permitió y enseguida bajó la vista. Después de eso decidí marcharme de su casa, no sin antes pedirle que por favor durante una buena temporada ni me llamara ni me buscara.
En el trayecto de su casa a la mía apareciste tú, tan nítida..., y paré unos minutos a fumarme un cigarro sentada en el borde de un canal, y a masticar en silencio algunas de tus palabras que no había conseguido exiliar de mi memoria : "te quiero como no he querido a nadie, pero es que a él también le quiero". Y tras fumarme otro cigarro, y otro, y otro, vencí la indomable necesidad que me había entrado de llamarte.