martes, marzo 27, 2007

El arte de perdonar a quien no sabe decir perdón.

- Hola.
- Hola -responde a mi saludo tras alzar la cabeza, y clavar su mirada en la mía.
- ¿Me dejas que te invite a la siguiente?
- Claro –me dice mientras su cabeza asiente, y de forma casi subconsciente se aparta hacia un lado alejándose sutilmente de la gente que la acompaña, y simultáneamente consiguiéndome un hueco- Hacía tiempo que no sabía de ti. No me has llamado.
- Creí que estabas enfadada conmigo.
- Lo estaba, y precisamente por ello deberías haberme llamado.
- …¿Y ahora?
- Ahora… ¿qué?
- Que si ahora sigues enfadada…
- Joder! Eres un puto desastre… mira que te lo he puesto fácil para que te disculpases…
Encojo los hombros, capturo con mi labio superior el inferior, y juego con mis ojos a poner la más inocente de todas mis miradas, en un intento pobre por camuflar la vergüenza que se ha apoderado de mí.
- Eres una payasa!... Invítame a la siguiente en tu casa, anda. Y de paso me cuentas quién es esa en la que no dejas de pensar.

Y la cojo de la mano, y la traigo hasta mi humilde morada. Y le hago olvidar entre la calidez de mis sábanas la frialdad de aquel comentario en su terraza. Y le doy muchos besos, y muchas caricias, y muchos abrazos. Y después de follar, entre cigarro y cigarro, hablamos de la chica de la ventana.

jueves, marzo 22, 2007

El cristal de mi ventana

- Todavía no sé cómo es tu casa, nunca me llevas…
- No sabía que quisieras venir.
- Pues sí, sí quiero. Quiero ver cómo es tu habitación.
- Pues caótica y desordenada, como yo. La tuya está mucho mejor.
- ¿Vives muy lejos de mí? ¿Qué estás haciendo ahora? Dime la dirección.
- ¿Ahora? Nada, iba a ver un peli.
- ¿Cuánto tiempo me lleva llegar? Dime la dirección.
- No más de diez minutos –y antes de que me lo volviese a pedir le dije mi dirección.
- Nos vemos ahora. Un beso, bombón.
- Espera, espera..
- ¿Qué?
- Cuando llegues no llames a la puerta, que no me entero. Peta en mi ventana, es la tercera desde la esquina de la casa.
- Vale. Hasta ahora.
- Hasta ahora.-me despedí al tiempo que mis manos, enloquecidas, empezaban a recoger la ropa esparcida sobre la cama, el sofá, las sillas,…

Mi cerebro se había dividido en dos; una parte sólo pensaba en la “cochiqueira” que parecía mi habitación, y en que sería imposible adecentarla antes de que ella llegase. La otra se había quedado anclada en una palabra: bombón.
Habían pasado ya bastantes días desde la noche en que conociera a la chica de la ventana. Desde entonces habíamos quedado prácticamente todas las tardes, pero al contrario de lo que suele pasar cuando una tía me gusta tanto, todavía no nos habíamos acostado. Ni siquiera nos habíamos besado, y extrañamente no me preocupaba, como tampoco me agobiaba el hecho de no tener claro a esas alturas si entendía o no. Y sí, era cierto que desde la primera vez que la viera, aquella tarde tras el cristal de la ventana, me moría de ganas de follarla, pero sin embargo sentirla cerca me reconfortaba tanto, me hacía sentir tan bien, que hasta me había divorciado de las prisas. Hasta que ella quisiera y si ella quería. Podía esperar, podía esperarla.
Por su parte ella siempre permanecía impertérrita, aparentemente ajena a la locura blanda en que mi cuerpo se sumergía ante su presencia. Serena, discreta, perfecta, de trato educado, siempre políticamente correcta, y sin embargo tan cálida, tan jodidamente cercana… creo que era su mirada, su almendrada mirada; o tal vez esa naturalidad cuando al hablarme, sus manos me tocaban. En el antebrazo, en el hombro, en la pierna, en la espalda,…

Se retorcía mi cerebro tratando de encontrar una respuesta a mi futuro inmediato a través de una estúpida palabra cuando los golpes en la ventana me sobresaltaron. Respiré profundamente, corrí la cortina (yo todavía no me acostumbro a llevar vida de escaparate) y la ví, allí, al otro lado del cristal, al otro lado de la ventana, y por un segundo la imaginé acudiendo a la acera de enfrente, día tras día, para verme. Subí el cristal y ella se inclinó hacia delante, para besarme en la mejilla. Inmediatamente después arrimó su trasero al quicio, y antes de que me diese cuenta estaba entrando, entrando por mi ventana, directa a mi corazón, directa a mi alma. Directa a mi cama.

jueves, marzo 15, 2007

Mejor callada

Esta tarde he follado, sin besos, sin caricias, sin abrazos. Sólo hemos sido animales, hembras en celo; la piel desnuda, palpitante; la sangre turbia, espesa, contaminando de deseo cada parte de nuestro cuerpo, enfermando la carne; la mirada febril, egoísta, penetrante.
Me abrió la puerta pasadas las ocho, y hasta ese momento yo había sido mujer mansa, de pensamiento tibio. Pero estaba semidesnuda, y recién duchada, y su cabello, mojado, chorreaba sobre la piel desnuda de sus hombros.
Di un paso al frente, y dentro del cráneo, mi cerebro, inició una mareante fase de centrifugado. En un segundo mi cuerpo destiló la serenidad que me había acompañado a lo largo del día, para luego derramarla fuera, al otro lado del umbral de su casa. Sin mediar palabra mis brazos se extendieron para despojarla de su toalla, y antes de que tuviese tiempo para reaccionar mi boca ya se abalanzaba hacia su cuello, y mis manos se deslizaban, enfermas, viciosas, hasta sus nalgas, aprisionándola contra mi cuerpo.
Quiso arrastrarme hasta su cuarto, pero esta vez la ansiedad, volviéndonos torpes, hizo que el pasillo le ganase la batalla a la cama, y con doloroso placer sentí cómo simultáneamente se clavaban sobre mi espalda sus breves uñas y la esquina del aparador de la entrada.
- ¿Qué celebramos? –empezó a preguntar su voz entre gemido y gemido.
- Mi nombre.
- ¿Qué?
- Shhhhh, cállate.
Pero no se calló, siguió preguntando, y la atmósfera se fue cargando de una febril agresividad que pareció sumirla, sumirnos, en un pecaminoso nirvana. Los mordiscos, los arañazos, los tirones de pelo,… todo se quedaba corto, deseaba intensamente que me azotara, que me golpease con algo, que me insultara, que me humillara.
Rodamos por las paredes de la casa hasta el salón, tropezando con percheros, cajas de cerveza amontonadas, y la tabla de la plancha. Ésta última vino a caerse sobre mi cuerpo después de que ella le diese una patada, cuando nuestras piernas ya flaquearan y retozábamos en el suelo. Creo que el impacto del metal contra mi occipital finalmente desencadenó mi orgasmo. Exhausta, débil, temblorosa, me dejé caer sobre su cuerpo y, perdiendo la noción del tiempo descansé, cobijada entre sus brazos, mientras me besaba la sien.
Ya repuestas me invitó a una cerveza y a un cigarro en el balcón. Mientras mi mirada se perdía en la oscuridad del horizonte, con agrado, comentó:
-Joder, nunca me habías follado así.
- … Pensaba en otra- sentencié con demasiada sinceridad antes de que me pidiese que me marchara.

De vuelta, en casa, busqué el número de teléfono de la chica de la ventana, lo tecleé en mi móvil y estuve mirando fijamente, durante más de diez minutos, la tecla de llamada. La añoranza de su cuerpo, estático, sereno, próximo al mío me oprimía el corazón dentro del pecho, y lamenté en lo más profundo no haber quedado esta tarde con ella.

Su número sigue atrapado en la pantalla de mi Nokia, pero creo que mejor será que al acabarme este cigarro me vaya para la cama.

lunes, marzo 12, 2007

Kansspel

-Sé que no te llamas Kansspel.
-Sé que lo sabes, ¿y?

Un denso silencio se posa sobre nosotras, pesado, turbio, extraño, lejano a aquellos tantos reconfortantes momentos mudos que hemos estado compartiendo estas tardes. Sostengo su mirada e impasible observo cómo una mueca de sorpresa se abre paso, repentina, en su cara.

-¿Quieres saber cómo me llamo?
-¿Quiero saberlo?... No sé, dímelo tú.-Y su boca, hasta el momento entreabierta, se cierra, y su ceja izquierda se alza, y su mirada se vuelve desafiante.
-… No, en realidad no quieres.

jueves, marzo 01, 2007

la noche que la conocí

Me la crucé por la noche. En realidad ese día no tenía intención de salir, pero un inesperado mensaje al móvil de remitente femenino combinado con el Rioja que regó mi cena desencadenaron en mi organismo las reacciones químicas necesarias para llenarme de optimismo.
El bar estaba a tope, y la chica de mi mensaje parecía embarcada en la labor de conocer a todo el mundo. Intuyendo una noche coñazo, decidí continuar la labor que el Rioja había iniciado, y me deslicé hasta la barra.
Estaba borracha cuando la vi, pretty borracha. Seguí sus pasos con la mirada mientras deseaba con todas mis fuerzas que nadie le ofreciese nada, que tuviese ella misma que ser quien se acercara a pedir una consumición. Pero enseguida mi gozo en un pozo. Un tío alto que parecía acompañarla, y de cuya presencia hasta el momento ni me había percatado (a pesar de los dos casi metros que debía levantar del suelo) tras cuchichear algo con ella, encaminó sus pasos en mi dirección, y por encima de mi cabeza pidió dos cervezas. Decidí en ese momento que era mejor perderme entre la gente, dejar que la multitud me arrastrase de un lugar a otro, mientras esperaba que algo pasara.
La noche se volvió larga y pegajosa, como las caras de la gente que con un par de besos me saludaba, o en ocasiones se presentaba. Y poco a poco me perdí entre los millones de estrategias que mi mente elaboró en busca de una excusa que permitiese un acercamiento para iniciar una conversación. Aturdida, dispersa, desesperanzada y sedienta, decidí que esa sería mi última copa, y por última vez me acerqué en la barra.
Desde siempre he sido invisible para los camareros, sin embargo esta vez no me importó, porque mientras esperaba que alguien me atendiera, ella se colocó a mi izquierda, billete en mano, dispuesta a arrebatarme el turno.
En realidad no sé muy bien cómo empezamos a hablar, supongo que me quejaría “tiernamente” (si es que algo tierno puede salir de mí) de que se “colara”. Qué pasó luego tampoco lo recuerdo, sólo sé que de pronto estaba colgada de mi brazo, tirando de mí, y diciéndome que ella lo liaba, pero había que ir fuera.
Fue el mejor porro de mi vida. Su sonrisa lo inundaba todo, y descargas de puro placer recorrían mi columna vertebral en sentido ascendente para morir en mi nuca, cada vez que su mano sujetaba mi antebrazo mientras hablaba. En algún momento regresé a mi infancia, fui pequeña otra vez, y encontré en sus ojos la certeza de que en la oscuridad no sólo había monstruos, sino también princesas.
La vuelta al interior del garito fue sofocante, me sentí como el nómada al que roban su oasis, para construir en él una gran ciudad. Voces, empujones, calor, mucho calor, y todo alrededor de mí de colores intensos, muy brillantes. Y de pronto negro, todo negro.
- Estás bien? Te vamos a llevar afuera.
- Estoy bien… estoy bien – repetí una y otra vez, mientras sentía cómo alguien me cogía por las axilas y me arrastraba hacia la puerta entre la gente del local.
Caras desconocidas fuera, chicos acercándome una silla y preguntando si me encontraba mejor.
- Estoy bien, en serio, estoy bien. No sé muy qué es lo que ha pasado, pero estoy bien.
Y su mano acercándome una coca cola, y su voz, lejana, vidriosa, tratando de explicarme que me había desmayado en el interior del local. Y mi cabeza intentando recordar algo, y mi mano derramando la coca cola que me había acercado.
Sin preguntarme donde vivía me cogió del brazo y me dijo que era mejor irse para casa, que tenía muy mala cara.
El trayecto caminado se me hizo eterno, y la lluvia y el frío, lejos de despejarme, sólo consiguieron congelarme. En algún punto del camino le pedí que parásemos, necesitaba llevarme las manos a la boca, calentarlas, las tenía heladas. Cariñosa me ofreció sus guantes, pero de puro dolor fui incapaz de ponérmelos.
En su casa no sé muy bien qué pasó, sólo sé que enseguida reconocí su habitación, y mientras ella cogía entre las suyas mis manos, besándolas, me tumbé sobre su cama, cerrando los ojos, y supongo que quedándome dormida.

El sentimiento de vergüenza de la mañana siguiente creo que es difícilmente descriptible. Como tampoco podría explicar cómo se encogió algo dentro de mí cuando en lugar de por mi nombre, me llamó Kansspel.

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