jueves, febrero 22, 2007

Despertar

Con lentitud pastosa me voy desperezando, tratando de sacudir el sueño, pero sin despertar la resaca.
Un apuesto sol de febrero cuela sus rayos por la ventana... esta no es mi habitación! Yo tengo cortinas, la luz del sol está prohibida cuando me despierto, por las mañanas. Echo un vistazo rápido a lo que me rodea, perpleja y desorientada descubro que estoy en la casa de la chica de la ventana, metida en su cama. Cruzando los dedos levanto el nórdico, pero todavía más desorientada descubro que aún llevo puesta la camiseta de anoche y las bragas. Antes de que me dé tiempo a pedir respuestas a mi memoria siento cómo el pomo de la puerta se gira lentamente. Dudo un instante si hacerme la dormida o no, pero mientras lo pienso la puerta se abre.
- Ei! Buenos días! Cómo estás?

viernes, febrero 09, 2007

de cuando el sentido de la vista no es suficiente

Siempre me ha gustado depilarme la ingle. No importa si son otras manos las que realizan la labor o las mías, siempre que se use cera tibia, el proceso me excita. Aunque por esa misma razón hace tiempo que no acudo a ninguna esteticista, a menos que se trate de la chica del tatuaje en la muñeca, a ella no le importa que me ponga cachonda. Es más, a veces lo celebra. Lo celebramos.
Ahora está lejos y yo le guardo el luto, aunque cuando veo a la chica de la ventana deseo con todas mis fuerzas que sea esteticista.
A principios de esta semana me tocaba realizar la susodicha labor, y a pesar de la nevada aguardé en mi metro cuadrado predilecto de acera a que apareciera. Quería verla antes de irme a casa a depilarme, la noche sería especial. Mis bragas se humedecieron varias veces a lo largo del día y me alegré de haber escogido por la mañana un vaquero oscuro ajustado. Con la vista puesta en la pantalla del ordenador sentí erizarse mis pezones una y otra vez bajo la camiseta gris claro (hace tiempo que desterré el sujetador de mi vestuario). Me alegré tanto de que mis compañeros de departamento estuviesen tan ocupados… Pasé el día escuchando Najwa y frotándome sutilmente contra los vaqueros o la silla, o ambos a la vez. Cuando mi reloj de pulsera marcó las siete menos cinco recogí mi cosas, me subí en la bicicleta (adoro las imperfecciones en el carril bici, qué placer!) y pedaleé hasta su casa.
Amanecí a la mañana siguiente rasurada, con mis juguetes sexuales esparcidos por la cama. Agotada, resacosa, rara.
Llevo días pensando que quizá vaya siendo hora de tomar una decisión.

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