El arte de perdonar a quien no sabe decir perdón.
- Hola.
- Hola -responde a mi saludo tras alzar la cabeza, y clavar su mirada en la mía.
- ¿Me dejas que te invite a la siguiente?
- Claro –me dice mientras su cabeza asiente, y de forma casi subconsciente se aparta hacia un lado alejándose sutilmente de la gente que la acompaña, y simultáneamente consiguiéndome un hueco- Hacía tiempo que no sabía de ti. No me has llamado.
- Creí que estabas enfadada conmigo.
- Lo estaba, y precisamente por ello deberías haberme llamado.
- …¿Y ahora?
- Ahora… ¿qué?
- Que si ahora sigues enfadada…
- Joder! Eres un puto desastre… mira que te lo he puesto fácil para que te disculpases…
Encojo los hombros, capturo con mi labio superior el inferior, y juego con mis ojos a poner la más inocente de todas mis miradas, en un intento pobre por camuflar la vergüenza que se ha apoderado de mí.
- Eres una payasa!... Invítame a la siguiente en tu casa, anda. Y de paso me cuentas quién es esa en la que no dejas de pensar.
Y la cojo de la mano, y la traigo hasta mi humilde morada. Y le hago olvidar entre la calidez de mis sábanas la frialdad de aquel comentario en su terraza. Y le doy muchos besos, y muchas caricias, y muchos abrazos. Y después de follar, entre cigarro y cigarro, hablamos de la chica de la ventana.
- Hola -responde a mi saludo tras alzar la cabeza, y clavar su mirada en la mía.
- ¿Me dejas que te invite a la siguiente?
- Claro –me dice mientras su cabeza asiente, y de forma casi subconsciente se aparta hacia un lado alejándose sutilmente de la gente que la acompaña, y simultáneamente consiguiéndome un hueco- Hacía tiempo que no sabía de ti. No me has llamado.
- Creí que estabas enfadada conmigo.
- Lo estaba, y precisamente por ello deberías haberme llamado.
- …¿Y ahora?
- Ahora… ¿qué?
- Que si ahora sigues enfadada…
- Joder! Eres un puto desastre… mira que te lo he puesto fácil para que te disculpases…
Encojo los hombros, capturo con mi labio superior el inferior, y juego con mis ojos a poner la más inocente de todas mis miradas, en un intento pobre por camuflar la vergüenza que se ha apoderado de mí.
- Eres una payasa!... Invítame a la siguiente en tu casa, anda. Y de paso me cuentas quién es esa en la que no dejas de pensar.
Y la cojo de la mano, y la traigo hasta mi humilde morada. Y le hago olvidar entre la calidez de mis sábanas la frialdad de aquel comentario en su terraza. Y le doy muchos besos, y muchas caricias, y muchos abrazos. Y después de follar, entre cigarro y cigarro, hablamos de la chica de la ventana.